sábado, 6 de febrero de 2016
Laika, una perra de otro mundo
Sólo era una perra mestiza que vagaba por las calles de Moscú. Algunos opinan que tenía sangre de husky siberiano o quizás de samoyedo. Otros opinan que tenía algo de terrier. Algún osado incluso llegó a decir que uno de sus padres era un beagle.
La verdad es que su linaje no importa, ya que no tenía nada más que su solitaria existencia. Sin nombre, sin casa y sin un amigo humano que vele por su seguridad, no era una perra especial. Nada fuera de este mundo.
En la política y en la guerra... ¿a quién le importa una perra?
Corrían los últimos años de la década de los '50 y esa perra nada especial había sido capturada para servir de sujeto experimental de la investigación aeroespacial de la antigua Unión Soviética. Los científicos a su cargo la habían bautizado como Laika, que literalmente significa "ladradora", aunque también la llamaban Kudryavka, Zhuchka y Limonchik.
Debido al éxito del primer satélite soviético, el Sputnik 1, el entonces líder soviético Nikita Kruschev decidió que debía hacerse un segundo lanzamiento espacial el 3 de noviembre de 1957. Esta decisión bien pudo haber sido una forma de conmemorar el 40 aniversario de la revolución bolchevique y, al mismo tiempo, demostrar a los norteamericanos la supuesta superioridad soviética en ciencia aeroespacial. Ambos temas eran relevantes para la política interna de la Unión Soviética en medio de la guerra fría.
En ese momento, estaba en construcción un nuevo satélite soviético que posteriormente se conocería como Sputnik 3. El problema era que los ingenieros espaciales no podían concluir la construcción de ese satélite, con el diseño original, en tan poco tiempo. Por eso, decidieron construir otro satélite en lugar de estropear el que ya estaba en construcción.
Este nuevo satélite fue el Sputnik 2 y fue diseñado y construido en tiempo récord. De acuerdo con el plazo especificado por Kruschev, el Sputnik 2 debió haber sido construido en unas cuatro semanas más o menos. No es de extrañar que este satélite no haya sido diseñado para soportar vida por mucho tiempo, aún cuando contaba con mecanismos de regulación térmica y dispositivos para capturar dióxido de carbono y generar oxígeno.
A pesar de esto, a los científicos soviéticos (¿o habrá sido a los políticos?) no se les ocurrió mejor idea que enviar al primer ser vivo al espacio: una perra llamada Laika. ¡Qué mejor manera de demostrar su supremacía en esta disciplina!
Un campo de concentración canino
Laika no fue la única perra que recibió el adiestramiento necesario para convertirse en una perra espacial. Albina y Mushka, otras dos perras mestizas, también fueron entrenadas para esto. Albina realizó dos vuelos de gran altitud, pero sin salir de la atmósfera terrestre, y era la primera opción de respaldo en caso de que algo sucediese con Laika antes de su misión. Mushka fue utilizada para evaluar los instrumentos y los sistemas de soporte de vida.
Cada día Laika, Albina y Mushka debían soportar ser sometidas a elevada fuerza centrífuga para simular la aceleración del cohete que impulsaba el satélite. También eran sometidas a ruidos fuertes y extraños para ellas, con el fin de acostumbrarlas al ruido del despegue. Además, eran confinadas por períodos que podían durar varios días. Cada vez era má pequeño el lugar de tan cruel encierro, hasta igualar el tamaño de la cabina del Sputnik 2.
El confinamiento en lugares pequeños y las simulaciones de aceleración, causaron graves daños psicológicos y fisiológicos a las pobres perras que jamás fueron voluntarias en la investigación espacial.
Cada día de inmovilidad, ruidos intensos y fuerza centrífuga debió haber sido una tortura para Laika y sus compañeras de desgracia. Quién sabe si Laika habrá sufrido más por el terror que le causaban los ruidos, la ansiedad por las simulaciones de lanzamiento, el letargo y la apatía por el encierro, o por tener que comer, dormir y existir en el mismo lugar en que estaba forzada a hacer sus necesidades.
Una muerte cruel, una muerte valiosa
El lanzamiento del Sputnik 2 hizo que los ojos del mundo miraran hacia la Unión Soviética, y no solo por el miedo a la guerra entre las dos potencias mundiales de en ese entonces. Los científicos de ese país habían logrado lo que pocos se habían animado a soñar hasta ese momento: enviar un ser vivo al espacio exterior.
Durante muchos años, los científicos soviéticos mantuvieron diferentes versiones sobre lo que había ocurrido con Laika después del lanzamiento. Al principio indicaban que Laika había sobrevivido varios días antes de fallecer en el espacio. Algunos indicaban que Laika había muerto por una falla en el sistema de soporte de vida, otros decían que la perra había sido "puesta a dormir" mediante un veneno en su comida, otros indicaban que un gas tóxico había inundado la cápsula para darle a Laika una muerte sin dolor.
Después de la caída del régimen comunista, algunos científicos que participaron en el programa espacial soviético contaron la verdad sobre la muerte de Laika. Según el Dr. Maleshnekov, Laika habría muerto entre cinco y siete horas después del despegue, a causa del estrés y el sobrecalentamiento. Sin duda alguna, una muerte horrible y cruel para uno de los animales más nobles del planeta.
El ataúd de Laika orbitó la Tierra 2570 veces y se quemó, junto con la primera viajera espacial, al caer dentro de la atmósfera terrestre el 4 de abril de 1958.
Aunque Laika es un ícono actual del avance de las ciencias espaciales y del inagotable espíritu científico humano, su trágica muerte no fue un aporte tan importante para la ciencia. El Dr. Gazenko, uno de los responsables de su muerte, dijo alguna vez "Mientras más tiempo pasa, más arrepentido estoy de eso. No debimos haberlo hecho... No aprendimos lo suficiente de esta misión como para justificar la muerte de la perra".
Irónicamente su muerte fue muy valiosa para promover la defensa de los derechos de los animales, porque llamó la atención de la sociedad y los gobiernos sobre al maltrato al que son sometidos miles de animales cada año en nombre de la ciencia.
Imaginemos, aunque sea por un instante, que Laika pasó sus últimos momentos de vida recordando lo maravilloso que era ser una perra nada especial, una perra de este mundo, que vagaba libre por las calles de Moscú. Y que hoy nos observa desde aquél espacio que exploró en vida y sonríe, sabiendo que su aporte a la humanidad no fue científico sino moral.
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